mar del plata. domingo nochecita. un cine con asientos de cuero bordó. aniceto de favio. diez personas. dos viejas llegan tarde. uno creería que esas viejas ya no existen. pero siempre vuelven, siempre. piden disculpas parece. al chico que las dejó pasar con la película empezada. y bueno, hablan. y hablan. y comentan lo que uno espera que comenten. y sueltan suspiros y onomatopeyas. con mi co-espectador nos damos vuelta para pedirles silencio. no nos ven, no nos oyen, o se hacen las boludas. una pareja en algún lugar de la oscuridad también habla. suena un celular. suena una bocina de la calle. suena el aire acondicionado al encenderse. escucho todo. la película está buena y es un poco como un viaje en el tiempo (una vieja en el tiempo). las viejas siguen en la suya. el proyector está medio choto y hacia el final hace unas rayas verdes fluo sobre la cara del protagonista. fin. una de las viejas lee los créditos en voz alta, con fantástica entonación y matices. caminamos hacia la salida. las viejas le piden perdón de nuevo al chico que está en la entrada. se lamentan de haberse perdido los primeros minutos del film. el chico contesta igual no se perdieron nada, era un número de baile nomás.
ya en el hall. antes de salir a esquivar el aluvión de gente. comentamos con mi co-espectador el poder de la letra S. que siempre se hace escuchar y le gana a todas las consonantes en el silencio más silenciosísimo.
ya en el hall. antes de salir a esquivar el aluvión de gente. comentamos con mi co-espectador el poder de la letra S. que siempre se hace escuchar y le gana a todas las consonantes en el silencio más silenciosísimo.