lunes, 23 de agosto de 2010

interior día

baño. un restaurant bien paquete. palermo. domingo lluvioso.
entro, completamente dispuesta a entregarme a la congoja tan domingo lluvioso con la que me levanté. entrega ombligusita si las hay.
después de acomodarme un par de pelos frente al espejo me siento en uno de los inodoros y acuesto la cabeza sobre las rodillas. no logro sacar una sola lágrima.
se escucha como una masa uniforme el ambiente del salón, bajito. alguien abre violentamente la puerta. escucho que suspira hondo. es una mujer. jadea, la escucho llorar un poco. ella está llorando de verdad. aunque no es un llanto sacado. trato de espiar por el ojo de la cerradura pero claramente no veo nada. pienso todas las cosas que se pueden pensar. quién será, por qué llora, qué porcentaje de la gente que va al baño en un lugar público lo hace para aislarse y llorar. por supuesto, ya no puedo sumirme en mi propia tristeza, no tiene sentido. la de ella es más grande y está toda afuera, no como la mía, chiquita y bien adentro y con gran capacidad de evaporación. escucho el sonido de las teclas de un celular, está escribiendo algo. aparece la otra pregunta obvia, qué escribe, qué relación habrá entre el llanto y el mensaje de texto. imagino las acciones inmediatas cuando disminuyen un poco los sonidos guturales. imagino cómo se limpia la cara. permanezco en silencio, como el nene-testigo de la película esa con harrison ford. estoy a la espera de un sonido que me indique que se fue. murmura algo que no llego a comprender, antes de abrir la puerta. quedan sonando los pasos en la escalera. termino la tarea del pis. salgo. miro las mesas a mi alrededor. cuál será de todas esas caras, no lo sé.